Hablamos de rendimiento, de calificaciones y de planes de estudio, pero ¿alguna vez nos detenemos a preguntar cómo se sienten realmente los estudiantes? Más allá de las aulas y los libros, existe una realidad emocional que define su día a día, su motivación y, en última instancia, su futuro. Nuevos estudios, como la reveladora encuesta del INEGI, han puesto el foco en el estado emocional de los estudiantes en México, arrojando cifras reales que nos obligan a mirar más allá del ámbito académico.
Estas estadísticas no son solo números; son el reflejo del estrés, la desesperación y, en algunos casos, la tristeza que viven millones de niñas, niños, adolescentes y jóvenes. En esta nota, desglosamos estos datos duros para entender la profundidad del problema y los factores que lo alimentan.
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Las cifras que hablan por sí solas: un desglose emocional
La encuesta del INEGI, enfocada en personas de 3 a 29 años inscritas en el ciclo 2021-2022, nos ofrece una fotografía clara y preocupante. De los 33 millones de estudiantes, las condiciones educativas generaron lo siguiente:
- Casi un tercio vive con estrés: Un abrumador 29.7% reportó sentirse tensionado o estresado. Esto significa que, en un salón de 30 alumnos, 9 están lidiando con una carga emocional constante derivada de la escuela.
- La desesperación como compañera: Para el 22.7%, la sensación de desesperación por los trabajos y demandas académicas es una realidad. La presión por cumplir plazos y expectativas se convierte en un peso difícil de llevar.
- Tristeza y depresión en el aula: Quizás la cifra más alarmante: el 10.9% experimentó tristeza o depresión vinculada al contexto escolar. Un porcentaje que, aunque menor, representa a millones de jóvenes cuya experiencia educativa está marcada por el dolor emocional.
- El lado positivo (y su contexto): Si bien el 58.7% no reportó ninguna de estas situaciones, es crucial analizar qué protege a este grupo y cómo replicarlo, sin olvidar que más del 40% restante sí está en riesgo.
La brecha de género en el malestar emocional
Los datos no solo revelan un problema generalizado, sino que también muestran una diferencia significativa en cómo afecta según el género, una tendencia consistente con estudios globales de salud mental.
- Mujeres (16.6 millones encuestadas): Reportaron niveles más altos en todas las categorías. Un 31% sintió estrés o tensión y un 23.3% desesperación. Esto sugiere una carga diferenciada de presiones sociales y académicas.
- Hombres (16.4 millones encuestadas): Aunque los porcentajes son ligeramente menores (28.5% estrés, 22.2% desesperación), siguen siendo alarmantemente altos, indicando que el problema es general, pero con matices importantes.
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Factores que alimentan el mal estado emocional de los estudiantes
¿Qué hay detrás de estas cifras? El estudio apunta a “las condiciones educativas” como detonante. Podemos desglosarlo en factores clave:
- Presión académica extrema: Sistemas de evaluación rígidos, sobrecarga de tareas y la cultura de la “excelencia” a cualquier costo.
- Falta de soporte psicoemocional: Insuficientes programas de orientación y apoyo psicológico dentro de las instituciones.
- Transición post-pandemia: Los efectos prolongados del aislamiento, la educación a distancia y la ruptura de rutinas sociales.
- Incertidumbre futura: La presión por “triunfar” en un contexto económico y laboral desafiante.
Más allá de los números
Las cifras del INEGI sobre el estado emocional de los estudiantes son una llamada de atención urgente. No se trata de patologizar la experiencia estudiantil, sino de reconocer que la educación no puede desvincularse del bienestar integral.
Hablar de deserción escolar, bajo rendimiento o apatía sin abordar primero la salud mental es ignorar la raíz del problema. Es momento de que instituciones, familias y la sociedad en general prioricen la escucha, el apoyo y la construcción de entornos educativos que formen no solo profesionales competentes, sino personas emocionalmente resilientes. La pregunta ya no es si hay un problema, sino cómo vamos a solucionarlo juntos.