Cuando uno se embarca en la carrera investigadora sabe que realizar el doctorado es sólo el principio de una larga y difícil travesía, en la que si todo va bien y el barco no se hunde a la mitad —que no deja de ser lo más probable en la mayoría de los casos— puede que se llegue a buen puerto y se disfrute de una plaza permanente.
Este camino no es nada sencillo, una vez realizado el doctorado si se quiere dedicar a la investigación es imprescindible realizar un periodo postdoctoral. En teoría este periodo está pensado para que el investigador joven afiance una línea investigadora propia, explore otros caminos y se forme con otros grupos. Por ello, este tiempo está plagado de contratos de dos o tres años -normalmente en distintos países y sin seguridad de continuación- que se van encadenando uno tras otro para intentar conseguir alguna plaza fija. Debido a la gran competencia para conseguir una plaza, las exigencias y la presión sobre la persona que emprende la carrera investigadora son enormes.
Todo lo anterior puede dañar la salud mental de los investigadores, desarrollando cuadros de ansiedad y depresión mayoritariamente. Esto a la larga es contraproducente en la actividad investigadora e incluso puede tener consecuencias fatales.
Salud mental en la investigación
A pesar de que todavía es uno de los grandes tabús, los problemas de salud mental afectan a un gran número de personas dentro de la academia. De acuerdo con un estudio realizado en Bélgica, aproximadamente la mitad de los doctorandos sufrían al menos dos síntomas asociados con problemas de salud mental y un tercio presentaba al menos cuatro. Estos síntomas eran tales como sentimiento de sobrecarga, tristeza continua, depresión, pérdida de sueño, pérdida de confianza, sentimiento de inutilidad o imposibilidad de tomar decisiones.
Otro estudio de la Royal Society —éste centrado en los resultados de diferentes investigaciones acerca de la salud mental en el sector científico— se encontró que más del 40% de investigadores doctorales y postdoctorales presentaban síntomas de depresión o problemas relacionados con niveles altos de estrés. También apuntan que la mayoría de los investigadores encontraba su trabajo estresante y sufrían niveles de desgaste que eran mayores que la media de un trabajador fuera del ámbito científico.
Y es que un sistema en el cual hay un porcentaje nada desdeñable de personas que sufren problemas tales como ansiedad y depresión de manera continuada es un sistema en el que sus condiciones de trabajo no son saludables —es obligado señalar que apenas contamos con muestras en el caso del estado español—.
Pero, ¿qué condiciones son ésas que hacen desarrollar desórdenes mentales a los que trabajan en la academia?
Factores detonantes
los factores son diversos, pero los más importantes son: altos niveles de estrés, contratos a corto plazo con limitadas oportunidades de progresión, cultura de trabajo basada en largas jornadas laborales, trabajo frecuente en festivos, presión por entregar el trabajo a tiempo y un gran riesgo de que la vida laboral desbanque a la personal. Si uno quiere mantenerse en investigación y optar a nuevos contratos, dando así el siguiente paso en su carrera científica, se tiene que enfrentar a miles de personas que en la misma situación compiten para poder optar a tales puestos.
Esto conlleva a una sobreproducción de artículos científicos, alcanzando los 3 millones al año en la actualidad. Para llevar a cabo esto, el investigador, la mayoría de las veces, sacrifica su vida personal y trabaja más horas de las establecidas en su contrato de trabajo simplemente para poder sacar aquella investigación puntera que podrá impulsar su currículum.
A veces, incluso se llega a las malas praxis y al falseamiento de datos para poder tener una publicación de impacto. Todo esto conduce a unos niveles de estrés enormes entre el personal investigador. Sin embargo, los más afectados son el sector más joven: los investigadores predoctorales y los postdoctorales. Estos son los que suelen llevar el peso de la investigación —son al final los que realizan los cálculos, los experimentos, etc— y, sobre todo, son los que se juegan su futuro. A pesar de que ambos tipos de investigadores sufren la misma presión y comparten factores que empeoran la salud mental, hay ligeras diferencias simplemente por la idiosincrasia de las posiciones que ocupan.
En el caso de los investigadores predoctorales, el estudio de la Royal Society destaca como factores más dañinos el poco control sobre el trabajo realizado, apoyo muy pobre o inexistente por parte de sus supervisores y sobre todo exclusión casi total en la toma de decisiones, además de los altos niveles de exigencia en el trabajo que conllevan un conflicto entre vida laboral y personal. Y es que el sector más joven en el ámbito de la investigación es el más vulnerable.
Según un artículo publicado en Nature, un 41% de los estudiantes de doctorado padecen ansiedad mientras que un 39% sufre depresión siendo los factores, al ser consultados, coincidentes con los expuestos anteriormente.
En la mayoría de los casos son los investigadores predoctorales los que suelen llevar el peso del trabajo en la investigación; son los encargados de realizar la acción práctica bajo la orden de su director de tesis o un investigador principal. El doctorando se esforzará al máximo con tal de sacar la investigación adelante y poder hacer méritos, aunque ello implique largas jornadas de trabajo. Esto genera una supresión paulatina de la vida social quedando en ocasiones totalmente anulada a favor de la ciencia.
Además de ello, la imposibilidad de poder tener decisión en el trabajo que se está haciendo y ver cómo las opiniones de uno son ignoradas y “ninguneadas” frente a las del resto del equipo puede llevar a una frustración enorme y sentimientos de inferioridad creyendo que uno no es lo suficientemente bueno para el puesto en el que está y es un fraude.
Acerca de la etapa del doctorado, Gareth Hughes, investigador sobre el bienestar del alumnado de la universidad de Derby, comenta que
“existe un gran interrogante alrededor de la cultura y lo que ella espera de ellos [los investigadores] (…) muchos de los académicos que han seguido esta ruta ven el sufrimiento como una medalla de honor. Hay un sentimiento general acerca de que hacer un doctorado te enferma, si lo estás haciendo correctamente. Eso es extraño”.
Fuente: El Salto Diario