Por Eliesheva Ramos
¿Qué es la felicidad? ¿A qué se refiere esta palabra? La definición varía según la época y la sociedad, por lo que existen muchos significados; nosotros tomaremos la de las neurociencias: la felicidad es un estado óptimo, tanto de actitud como de salud, estrechamente relacionado con el optimismo de una persona.
La felicidad es posible gracias a la actividad disminuida de la corteza prefrontal, encargada del razonamiento, la inteligencia y la resolución de problemas. Si esa parte del cerebro siguiera al mando, no podríamos ser felices.
En ese estado, las emociones se amplifican tanto que permanecen en el cerebro por mucho tiempo, o para la toda la vida, por eso recuerdas vívidamente el nacimiento de tu hijo, tu primer beso o el día en que te compraste tu primer auto.
Para que la búsqueda de la felicidad no se convierta en una actividad que, paradójicamente, nos produzca infelicidad, debemos conocerla.
El ser humano está programado para ser feliz. El 70 por ciento de su cerebro ha sido diseñado para ello, pero el tiempo lo modifica. Mientras que un niño ríe unas 90 veces al día, un adulto sólo lo hace unas 30 en el mismo lapso. La razón de esto es que la producción del neurotransmisor responsable de la felicidad —la dopamina— disminuye con la edad.
Existen dos tipos de felicidad: la fugaz, que se puede conseguir al comer chocolate, disfrutar una película, etc.; y la duradera, producto de vivir con un propósito.
La base de la felicidad es la conciencia de que tenemos un propósito en esta vida, asegura Héctor Escamilla, rector de Tecmilenio, en México, la primera universidad en el mundo que alberga un Instituto de la Felicidad.
Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, coincide con Escamilla: “[el sentido de propósito] es ese sentimiento de que eres parte de algo más grande que tú, de que eres necesario, de que hay algo mejor por lo cual trabajar”, dijo en un discurso pronunciado en la Universidad Harvard en mayo de 2017.
“El reto consiste en aumentar el nivel de felicidad duradera”, explica Martin E. P. Seligman, reconocido estudioso de la psique humana.
La felicidad genuina va precedida de un esfuerzo que permite obtener un logro. Dicha teoría explica el hecho de que en países con condiciones socioeconómicas adversas, la población diga sentirse feliz. También revela por qué algunas personas de clase alta, con la vida resuelta, dedican buena parte de su tiempo al altruismo en sitios lejanos, peligrosos e insalubres.
¿Podemos incidir en la felicidad? Sí, y mucho, si te predispones para que pase, pasa, pues la felicidad es una de las emociones más contagiosas.
Trabajar en las fortalezas de carácter o rasgos que cada individuo presenta en situaciones distintas a través del tiempo, y poner en práctica alguna de ellas (honestidad, fe, optimismo, trabajo ético, etc.) produce emociones positivas auténticas.
¡Por supuesto! La ciencia ha demostrado que las emociones positivas incrementan la salud y el bienestar y favorecen el crecimiento personal porque brindan sentimientos de satisfacción con la propia vida, esperanza y optimismo en general.
La risa, la felicidad y el buen humor no sólo mantienen, sino que recuperan la buena salud, alargan la vida, desarrollan la capacidad inmunitaria, mejoran la recuperación vascular y el manejo adecuado del estrés y la adversidad.
El estado emocional positivo nos protege de los estragos del envejecimiento; además, promueve el éxito y el desarrollo a nivel personal y hasta laboral.
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